Culpables en Grecia y culpables en España

Petros Márkaris, autor de una colección de ensayos, "La espada de Damocles", escrita en paralelo a una trilogía de novela negra, sobre la que ya hemos escrito aquí, es muy duro y deposita gran parte de la responsabilidad de la crisis griega sobre las espaldas de los ciudadanos griegos.

Petros Márkaris, autor de una colección de ensayos, "La espada de Damocles", escrita en paralelo a una trilogía de novela negra, sobre la que ya hemos escrito aquí, es muy duro y deposita gran parte de la responsabilidad de la crisis griega sobre las espaldas de los ciudadanos griegos. A éstos les acusa de haber abandonado la cultura de la pobreza, de la austeridad. Les echa en cara haberse convertido en nuevos ricos. Trabajadores que se han olvidado de lo que son y a quienes se ha inoculado la semilla de la falsa conciencia. Alienados.

Pese a haber cometido ese pecado capital, reconoce que la gente no es la única responsable. Las víctimas no pueden ser nunca los culpables. Al menos, no los principales. Algo empujó a los griegos (también a los españoles) a querer ser ricos. A querer sentirse ricos. El sistema. El crecimiento económico había llegado a su límite y sólo el crédito y la ilusión de riqueza que genera podía seguir alimentándolo. Especialmente a los bancos: que la gente comenzara a endeudarse, que se generalizaran los préstamos al consumo y las hipotecas permitió que el crédito creciera a doble dígito y, con ello, también sus beneficios. Los ciudadanos griegos, como los españoles, sólo han llegado a ser nuevos ricos en créditos. Todo lo que tienen se lo deben a los bancos. Quizá, en realidad, a la hora de buscar culpables, haya que fijarse en quiénes se llevaron los beneficios.

Una república con dinastías políticas

Pero Márkaris no se queda ahí. Sigue repartiendo responsabilidades. También les echa la culpa a los políticos. O, precisando un poco más, a los partidos convencionales, los que se han estado repartiendo el poder en las cuatro últimas décadas y que, en realidad, son dinastías (sólo hay que echar un ojo a los apellidos de sus cabezas de lista en este periodo). Son Nueva Democracia (conservador) y el Pasok (socialdemócrata). Éstos fabricaron una casta de privilegiados del sistema, que se concentran en el aparato del Estado construido por la derecha griega. Sí, la derecha, porque fue la que gobernó el país entre 1936 y 1981, ya fuera en tiempos de democracia o de dictadura. "Incluso como jardinero o mujer de la limpieza, era un privilegio ser contratado del Estado", afirma Márkaris. Todo miembro del partido, cualquier ministro, colocaba a sus favoritos en el servicio público. Y ahí siguen.

En 1981, cuando llegó al poder la socialdemocracia, ésta, en lugar de reformar ese Estado derechista y clientelar, se aprovechó de él: "Durante años, las derechas se han aprovechado del Estado. Ahora nos toca a nosotros". Eso debieron decirse a sí mismos. Por eso nunca se reformó la Administración griega: mientras unos se aprovechaban de ella, los otros tenían la esperanza de, algún día, poder también ordeñarla. Ni siquiera ahora, nos cuentan, Syriza, el partido con el que nos podemos sentir más identificados, se plantea reformar este estado de cosas.

Esto nos trae a la cabeza lo que desde este mismo espacio hemos defendido insistentemente: el estado de las autonomías. Pensábamos que cuestionarlo abría la puerta al nacionalismo español más totalitario y a la radicalización de los nacionalismos periféricos. Y esa combinación nos trae recuerdos tenebrosos. Pero hemos cambiado un poco de opinión. No es que nos hayamos vuelto centralistas. Ni que creamos que las comunidades autónomas sean un derroche. No. Para comprobarlo, recomiendo nuevamente hacer una visita a Eurostat.

Pero sí hay que darle una vuelta al modelo. Porque nos ha surgido la duda de si cuando defendemos que las autonomías (y, en general, todo el Estado) se queden como están, en realidad estamos defendiendo los puestos de trabajo de los políticos y de sus amigos. Y vamos más allá: es posible que hoy el PSOE siga vivo y unido porque todavía es una agencia de colocación. Y no hace muchos años, en los peores de la crisis de Izquierda Unida, se afirmaba que la coalición no estallaba porque todavía daba algún que otro cargo político.

Criticamos a Grecia porque sus partidos son dinastías. Pero, ¿no podemos decir casi lo mismo de España o, al menos, de sus autonomías, donde muchos de sus presidentes han estado en el poder durante treinta años creando a su alrededor las mismas políticas clientelares que criticamos en Grecia? ¿No pueden pensar los partidos democráticos españoles que ya era hora de ocupar ellos el poder y la administración después de cuarenta años de dictadura de las derechas? Hace unos días leí esta entrevista a Juan Manuel de Prada publicada por el XL Semanal. Dice cosas muy duras, pero muy ciertas. Nos sentimos muy lejos, pero a la vez muy cerca de lo que dice.

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Las empresas forman el "partido de los beneficiarios"

Los políticos no son los únicos responsables de la debacle del Estado griego. Tampoco el estamento burócrata que ha crecido a sus expensas. El sector privado tiene una gran responsabilidad en la crisis. Y, a diferencia de los partidos, que sí acusan una pérdida de confianza de la gente, se está yendo de rositas. 

Márkaris habla del "partido de los beneficiarios", al que pertenecen, según describe el autor, todos los empresarios que se han beneficiado del mercantilismo político durante los últimos treinta años. Y destaca a las empresas de la construcción, que vivieron su apogeo en los años preparatorios de las Olimpiadas de Atenas del año 2004, cuando el Estado se vio obligado a pagar precios desorbitados por las infraestructuras.

En España, hablamos mucho del derroche de las Administraciones y sacamos de paseo las manidas estaciones del AVE en las que no se baja nadie o los aeropuertos sin tráfico aéreo... pero, ¿quién se ha llenado los bolsillos con esas inversiones? ¿No han sido las grandes constructoras? ¿Deberíamos pedirles algún tipo de responsabilidad por alimentar y sacar fruto de la megalomanía de muchos políticos?

Márkaris, dentro del "partido de los beneficiarios", al que también se le puede llamar "partido de los defraudadores" (es en él en el que se concentra el fraude fiscal) incluye, además de al sector de la construcción, a quienes se dedican al suministro de productos farmacéuticos y equipos médicos... Y, por eso, el autor llega, incluso, a justificar los recortes: "Sin las nuevas medidas de contención del gasto, todo habría continuado como antes, puesto que precisamente estos 'beneficiarios', las empresas de construcción y los proveedores de las clínicas, formaban una coalición con el partido del gobierno y con sus ministros que no funcionaba nada mal". Para ellos, claro.

Los sindicatos, ¿privilegiados?

Tampoco los sindicatos se libran de las críticas de Márkaris. Otro tabú roto para nosotros que tanto los hemos defendido con el argumento de que sin ellos los trabajadores estaríamos mucho peor. Al menos, seguimos sin considerarlos nuestro adversario. Pero, como los partidos políticos, incluso los de la izquierda, se han burocratizado y han comenzado a formar parte de los grupos de privilegiados, lo que les aleja del trabajador común y corriente. 

En Grecia, los sindicatos son doblemente privilegiados, porque tienen un gran poder en el sector público, es decir, entre quienes han crecido bajo la sombra protectora del poder (los sindicatos formaron parte de la aristocracia gobernante durante el Gobierno de Andreas Papandreou), pero no tienen apenas representación en el sector privado, cuyos trabajadores se encuentran totalmente desprotegidos.

En España, en realidad, se ha democratizado la desprotección. Se han roto todas las líneas rojas: el despido de funcionarios ya no es un tabú, tampoco los expendientes de regulación de empleo en la Administración. En España, en esto, vamos por delante de Grecia.

Dice Márkaris que en Grecia, las últimas huelgas generales sólo han sido generales en la administración, pero los trabajadores del sector privado no se han sentido llamados a ellas. En España, ¿quién participó ayer en la huelga general? Pocos dejaron de ir a trabajar, pero fueron muchos los que salieron a la calle a protestar. De todas formas, su número sigue sin ser suficiente. Sin duda, el "partido" más numeroso entre las víctimas de la crisis, es decir, el de la gente que no se incluye en ninguna de las categorías anteriores, no es el de los indignados, sino el de los desesperanzados. Y eso también une a Grecia y a España.

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